LA HISTORIA DE LA RADIOAFICIÓN

La historia de la radioafición no sería completa si no nos remontáramos y consideráramos los descubrimientos iniciales en los campos de la electricidad y del magnetismo que halló en la propia naturaleza, como fueron el rayo, la electricidad estática y el magnetismo.
Los pioneros
Uno de los descubrimientos más transcendentales se lo debemos a Miguel Faraday, un físico inglés hijo de un herrero allá en los primeros años del siglo XIX. Aun cuando realizó muchos experimentos en distintos campos científicos, Faraday centró su mayor esfuerzo en el descubrimiento de la inducción electromagnética y en la formulación de las leyes por las que se rige. Llevó a cabo, por primera vez en la historia, la generación de fuerza electromotriz mediante el movimiento de un conductor en un campo magnético, lo que posteriormente daría lugar al desarrollo de los generadores y de los motores eléctricos.
Ya en 1873, un físico, astrónomo y matemático escocés llamado Jaime Clerk Maxwell, evidenció la existencia de ondas electromagnéticas (o de radio) y demostró que se desplazaban a velocidad de la luz. Con ello quedaba allanado el camino para poder demostrar, todavía en el laboratorio, la existencia y propiedades de las ondas de radio.
Transcurridos quince años desde las investigaciones de Maxwell (y cinco años desde su muerte), Enrique Hertz, un físico Alemán, demostró que las ondas de radio podrían ser generadas y transmitidas a cortas distancias (aproximadamente a veinte metros). Con los toscos aparatos de su laboratorio, Hertz fue capaz de medir la longitud de onda de las vibraciones que el mismo generaba y demostró que estas ondas podían ser reflejadas, refractadas y polarizadas de igual manera que las ondas de la luz. Trabajando en y por encima de la región del espectro de frecuencias de 150 Mhz, ideó y construyó transmisores de chispa, circuitos resonantes para la recepción de las ondas de radio y antenas direccionales. Aun cuando Hertz sentó las bases de los modernos sistemas de radio, sus toscos aparatos jamás llegaron a traspasar los límites de su laboratorio.
Hacía 1890, un inventor llamado Guillermo Marconi comenzó a experimentar con ondas de radio utilizando un equipo muy parecido al desarrollado por Hertz, en el que introdujo mejoras y nuevos inventos con los que logró aumentar el alcance de sus transmisiones por radio. Ideó el concepto de la antena vertical radiante que hoy lleva su nombre y que constituyó uno de sus mayores éxitos.
El primer equipo modificado utilizado por Marconi logró un alcance de media milla (unos 800 metros). En 1896 se trasladó de Bolonia, en Italia, a Inglaterra donde llevó a cabo nuevos perfeccionamientos de su equipo, con los que consiguió un alcance operativo de unas cuatro millas (aproximadamente 6,5 Km). En 1898 alcanzó uno de sus más resonantes éxitos al conseguir la transmisión de señales inalámbricas a través del Canal de la Mancha. Pero su mayor proeza la conseguiría en 1901 cuando, con sus asociados ingleses, logró transmitir ondas de radio a través del Océano Atlántico, enlazando Poldhu, en Inglaterra, Con Halifax en Terranova. Había nacido la radiocomunicación a larga distancia que representaría un gran impacto para todas la gentes del mundo, cualquiera que fuera su nacionalidad o posición social.
El primer uso masivo de los nuevos y sorprendentes equipos de "telegrafía sin hilos" estuvo dedicado a las comunicaciones marítimas. En 1905, los transmisores de chispa y los receptores de cohesor (detector constituido por un tubo de vidrio lleno de limaduras metálicas) comenzaron a instalarse en muchos buques mercantes y navíos de altura. Por primera vez, fue posible la comunicación instantánea entre los barcos en alta mar y las estaciones costeras o centros de comunicación en tierra.
Inicio de la radioafición
La disponibilidad de equipos comerciales de telegrafía sin hilos estimuló la imaginación y el interés de las gentes de todo el mundo civilizado. los aficionados a la experimentación comenzaron a montar transmisores de chispa t receptores con detector de cristal (galena y otros) utilizando cualquier material disponible. Muchos de ellos se contentaron con el montaje de aparatos receptores con los que podían oír las comunicaciones inalámbricas de las estaciones comerciales. Otros, mayormente los jóvenes imaginativos, mostraron mayor curiosidad científica y comenzaron a transmitir "puntos y rayas" en código telegráfico con los que se comunicaban desde sus edificios a poca distancia uno de otro. El alcance de estas primeras "estaciones de aficionado" fue aumentando progresivamente gracias a las mejoras de calidad de los equipos y a la mayor potencia de los transmisores. Shalkhauser, W9CI, dice que una de las primeras organizaciones de radioaficionados, el Junior Wireless Club de Nueva York, se fundó el día 2 de enero de 1909. ¡ La radioafición asociada había nacido!.
En la infancia de la radio, ninguna legislación o disposición gubernamental regulaba el uso de las comunicaciones inalámbricas. Los usuarios, de acuerdo con los equipos entonces disponibles, eligieron por sí mismos las longitudes de onda o frecuencia de trabajo comprendidas entre los 300 y 1000 metros. Rápida e inevitablemente, surgió el conflicto de las interferencias entre estaciones de aficionados y comerciales por cuanto las transmisiones de los primeros amenazaban la fiabilidad de las radiocomunicaciones comerciales. La Marina de los estados Unidos, que aceleradamente estaba equipando sus navíos con radio, tomó a su cargo los problemas administrativos y comenzó a otorgar "certificados de aptitud en radiocomunicaciones", origen de las actuales licencias. A finales de 1910 la marina estadounidense había otorgado unos quinientos certificados, muchos de ellos a operadores aficionados.
El número de personas interesadas a partícipes de la radioafición siguió creciendo y pronto sobrepasó la cifra de diez mil individuos. Los transmisores de aficionado, ya con varios kilovatios de potencia, podían ser oídos a 400 millas (unos 650 kilómetros) de distancia. Pero la mayoría de aficionados no disponían de capital para tamaño lujo y tuvieron que contentarse con un transmisor de poca potencia y de unas cinco millas (ocho kilómetros) de alcance. Para entonces ya habían aparecido las primeras tiendas de radio en las que se podía adquirir detectores de cristal, descargadores de chispa, bobinas de inducción y sintonizadores, o sea todos los ingredientes básicos de la estación de telegrafía sin hilos contemporánea.
Texto extraído del libro Guía del radioaficionado principiante Autor: Clay Laster